Un día nuestros sueños nos llevaron de vuelta a Canfranc...

... recordé mis primeros esquís en Candanchú, mis primeros campamentos en Canal Roya, mis primeros pasos como monitor de tiempo libre en la casa de colonias junto al río, mis primeras escaladas en el Coll de Ladrones. Cuántos primeros pasos en un mismo lugar. Pero sobre todo recordé aquel olor a aceite quemado de los trenes en la estación, su vestíbulo, la gente subiendo y bajando del tren, sus largas y agradables cuatro horas desde Zaragoza, montañeros, esquiadores...cómo ha cambiado todo, ¡qué abandono!
Por un momento entristecí mientras se desvanecían aquellas imágenes, como si del color pasasen al blanco y negro. Sentí la necesidad de hacer algo, y así fué. Ahora subo casi todos los fines de semana; veo como la Estación se transforma, me manifiesto por la reapertura del Canfranc, paseo por sus montañas, observo su naturaleza, fotografío sus paisajes, convivo con sus gentes y vuelvo a deslizarme por su nieve.
Pero lo mejor es que todo ésto no lo hago solo, sino con mi mujer y mis hijos. Y contagiamos a familiares y amigos. ¿Te contagias tú también?

27 feb 2021

LEYENDA DE LA MORA DE OZA (O LA SERPIENTE DE SIRESA)

  En la comarca de la Jacetania, muy cerca de Hecho, se encuentra la pequeña localidad de Siresa, que alberga una de las grandes joyas del Románico, el Monasterio de San Pedro de Siresa, que data de los siglos XI al XIII. 

  Su ubicación en puertas del conocido espacio natural de La Selva de Oza, que a su vez forma parte del Parque Natural de los Valles Occidentales, hace que quede expuesta a un montón de historias de índole popular. Y una de las más conocidas, es la leyenda de "La Mora de Oza".


  Cuenta la leyenda que hace unos cientos de años, en una cueva de la Selva de Oza, habitaba una mora, practicante de brujería y artes mágicas, que se dedicaba a sustraer y acumular todo tipo de vasijas y objetos sagrados de iglesias y monasterios.

  Un día de verano de no se sabe que año, un pastor de Siresa cuidaba su rebaño que pastaba en los prados altos de Oza cuando sin quererlo se encontró ante la entrada de una profunda cueva de la que salían extraños sonidos tintineantes, (como cuando el viento mueve las campanas feng shui que se cuelgan en las ventanas en China). El pastor entró entre sigiloso y atemorizado, recorriendo apenas unos metros. Sobre una de las paredes de la cueva se mezclaban brillos y sombras, lo que todavía causó más temor en el joven pastor. Decidió detenerse y darse la vuelta, pero en el primer paso atrás que dio, su pie golpeó algo metálico. Intrigado por saber que era aquel objeto, se agachó lo suficiente para poder distinguir en aquella oscuridad que se trataba de un cáliz. Pero no era cualquier cáliz. El pastor reconoció el escudo de armas del conde Aznárez, que fue señor de aquellas tierras, así que lo cogió y lo introdujo en su alforja para devolverlo al lugar de donde fue sustraído.

  El ruido metálico al golpear el cáliz llamó la atención de la mora, habitante de aquella cueva, que se encontraba limpiando y disfrutando de la belleza de sus tesoros robados. De un salto se puso en pie y salió corriendo despavorida hacia la entrada de la cueva. Observó al pastor a lo lejos corriendo colina abajo, dejando atrás a su rebaño custodiado por su viejo perro mastín. La bruja mora enfurecida aceleró e incrementó sus zancadas recortando cada vez más la distancia con el joven. Éste se percató de ello y también aceleró, aunque cada vez más aterrado ante la posibilidad de que le diese alcance antes de llegar al pueblo. Así que el pastor pensó que la única salvación era refugiarse en el monasterio de San Pedro, bajo techo sagrado y protegido por el Santo.

  Con la lengua fuera y empapado en sudor, cuando apenas lo separaban cincuenta metros de la bruja, el pastor consiguió atravesar el portón de la iglesia del monasterio y lo cerró tras él dando un portazo. La bruja mora se plantó ante allí en menos de un segundo dándose con ella de bruces, lo que la enfureció todavía más. Su furia la hizo transformarse en una gran serpiente que golpeó la bancada de piedra con toda su fuerza antes de marchar, dejando su huella para advertir a todos los vecinos de su poder, para que nunca más nadie se atreviese a acercarse a su morada y mucho menos quitarle sus pertenencias. Luego desapareció y nadie volvió a saber de ella.  


  Todavía hoy en día, si te acercas de visita al Monasterio de San Pedro de Siresa, podrás observar la bancada de piedra con la marca de la cola de la serpiente.

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